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La quinta loba.

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El lagartosaurio ya ha llegado a la ciudad. Ha pasado justo al lado del edificio de Hacienda por lo que calculo que mide unos veinticinco metros aproximadamente. Tiene unas grandes y arqueadas patas cubiertas de escamas, y una larga cola que ocupa toda la avenida principal.
Cuando lo dijeron en las noticias nadie creyó que tal bestia pudiera existir y ahora estaba ahí delante, tan cerca que parecía poder tocarla con los dedos.
Pisa y aplasta los coches cómo si de bricks de zumo se tratase. La gente grita a mi alrededor, algunos de miedo, otros tienen una especie de risa nerviosa.
Justo enfrente de mí el monstruo le ha arrancado la cabeza de cuajo a una señora mayor, ha sonado como si una persona se crujiera todos los nudillos a la vez. Casi puedo sentir el olor a hierro de la sangre.
Se le ve nervioso, mira en todas las direcciones buscando algo, me inquieta, ¿Qué sucederá si me ve?
Ha levantado el autobús qué venía por la esquina, ha abierto la boca y se ha tragado a cada pasajero, casi sin pestañear.
Mi respiración se acelera, parece haberme escuchado. Me tapo la boca con la mano derecha en el momento en que él se gira de forma brusca y clava sus ojos en mi. Avanza corriendo, a cada paso,  los pocos coches que quedan aparcados se levantan unos palmos del suelo, el peso del animal debe de ser estrambótico.
No hay nada que hacer, me ha alcanzado, abre las fauces con todas esas hileras de dientes y me paralizo viendo como se acercan hacia mí. Cierro los ojos y espero.
— ¿Has visto eso Mauri?— me grita mi amigo— ¡Parecía que nos iba a comer de verdad!
Al menos él parece disfrutar de la dichosa película 3d, la próxima vez elegiré yo, sin duda.


Balta M.R



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NOCHE LOCA

Ramón despertó parpadeando lento, aturdido. Miró hacia su izquierda, una mujer de brillante melena roja apoyaba la cabeza sobre su brazo. Bostezó intentando recordar cómo había terminado la noche. Giró la cabeza hacia su derecha, un chico joven, bastante más joven que él de cabello rubio rapado, muy atractivo, ocultaba su otro brazo. Intentó levantarse despacio, sacando lentamente las extremidades que abrazaban a aquellos cuerpos desnudos. Casi como si tratara de no despertarlos. Un fuerte dolor de cabeza le recordó la gran ingesta de alcohol de la noche anterior y un nauseabundo olor terminó de despertarlo. ¿Acaso se había meado encima? ¿O eran sus acompañantes?
Sentado en la fría mesa miraba por toda la habitación. «Debería recoger antes de que llegue Mercedes» pensó. 
            Tiró de la sábana blanca que los envolvía a los tres escabulléndose por debajo. «¿Dónde narices está mi ropa?» Su cabeza daba tantas vueltas que apenas podía mantenerse en pie. Buscaba con la mirada, girando la cabeza despacio, no descartaba perder el conocimiento en cualquier momento.
Cuando por fin terminó de girar sobre sí mismo, vio sus pantalones marrones y una camisa en el perchero del fondo de la habitación. Se apresuró a vestirse todo lo rápido que su resaca le permitía.
Divisó en la esquina una papelera cubierta por una bolsa verde que solo contenía algún papel arrugado, la sacó con cuidado y la utilizó para recoger los restos de la noche anterior. «Cómo Mercedes llegue antes de tiempo… tenía que haberme puesto un despertador» Sonrió pensando en que la noche se le había dado demasiado bien como para que se le ocurriese poner alarma alguna.
            Recogió las botellas que había por el suelo, vacío el cenicero, tiró el bote de nata montada y el de chocolate líquido, los preservativos aparentemente usados, por fortuna. Abrió la ventana para que aquello se ventilara, no mucho, si no Mercedes lo notaría. Al lado del rubio, había un consolador pequeño, morado, ese lo guardó en un bolsillo ya lo lavaría cuando llegara a casa, después de su jornada laboral. Fue hasta el fregadero y se lavó la cara, se echó un poco de agua por la nuca, que no le alivió tanto como esperaba.
            Un par de gárgaras después se dio por listo. Se puso su bata, colocó la etiqueta correspondiente en el pie de sus acompañantes, pasó los cuerpos de la mesa a las camillas y los llevó a sus cubículos correspondientes. Mercedes entró justo después, cuando cerraba la metálica puerta del congelador de la pelirroja:
—No me digas que te has vuelto a pasar toda la noche trabajando. 
Ramón asintió en silencio aguantando un reflujo con sabor a whiskey
»Deberías descansar más, tienes un aspecto horrible—le dijo.
—Ya sabes lo que dicen querida: la única forma de hacer un gran trabajo es… amar lo que haces.

 


Balta M.R


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¡Hola! Hoy traigo un relato un poco diferente a los habituales. El 10/02/2022 salió el fallo del primer concurso de relatos que realizó Ediciones Nogal en Wattpad y he tenido la tremenda suerte de ganarlo. Me ha hecho una ilusión terrible y por ello he decidido dejarlo en el blog esta semana.

    El concurso consistía en escribir un relato limitado a una extensión de palabras, debía además empezar con la frase El desierto terminar con la frase se lo tragó el hielo y el palabra sirena resultara relevante en la historia.
    Espero que te guste, cualquier comentario que me ayude a mejorar es bien recibido 


                         EL MISTERIOSO MERCADER 


      
    —El desierto no es siempre tan seco como parece.

    —¿Qué quiere decir exactamente? 

    —Quiero decir que tal vez esto no fuera un robo, quizás a su hermano lo hayan asesinado por un ajuste de cuentas y el botín haya sido un regalo que el autor se ha encontrado sin buscarlo. 

    —¡Pamplinas! ¿Quién va a querer asesinar a este malnacido? ¿Y qué le hace pensar que voy a dejar que se ponga al mando de la investigación? 

    El señor Garaban mostraba su enfado dando un par de secos golpes con su bastón de madera de palisandro. El polvo que se levantaba de las tablillas le daba un aspecto aún más lúgubre, si cabía, al escenario del asesinato.

    —Maese Garaban, no nos conocemos, pero tal y como yo lo veo se le presentan dos opciones—Charles utilizó el encendedor de plata para prender su puro— puede ir a caballo hasta el capitolio en plena helada para avisar al comisario, dejando posiblemente que el ladrón escape, o puede confiar en mí y dejar que atrape al malnacido que ha asesinado y robado a su hermano. 

    La familia del señor Garaban había regentado el negocio de creación y venta de relojes durante varias generaciones, haciendo de él un hombre desconfiado por naturaleza. Sin embargo, el tiempo resultaba crucial a la hora de encontrar a un ladronzuelo. Estaban demasiado lejos del capitolio para que alguien llegara antes de que ese ratero se refugiara en alguna guarida de ladrones. Movía su bigote gris sopesando los acontecimientos. Sabía que ese viaje tan lejos de la ciudad para la reunión con el misterioso mercader no iría bien. «¡Este hombre es un necio! Vende la mercancía a mitad de precio» le dijo su hermano para terminar de convencerle, y ahora él estaba muerto y se habían quedado sin el dinero que llevaban para pagar el género. 

    —No aparenta ser investigador, señor Charles. ¿Por qué debería dejar que me ayude? 

  —Porque soy el único que ha venido en su auxilio y me he criado aquí. Conozco perfectamente la zona, señor.

    —No tengo muchas más opciones, pues. Charles salió de la casa alquilada donde se había producido el homicidio. 

Hizo un gesto para que Garaban lo siguiera. Fuera la nieve y el hielo lo cubrían todo. Charles llegó hasta un carruaje de toldo negro, desabrochó su capa y abrió la puerta. Garaban, sombrero de copa en mano se sentó intrigado por el destino del viaje. 

    —Fuerte temporal el que tienen aquí. 

   —Hiela todo el año.—dijo Charles.

   —No creo que sea el momento de que me enseñe el lugar.

   —No haremos turismo señor, vamos a ver a Sirena. El traqueteo de las ruedas y el sonido de las coces quería decir que estaban en marcha. 

   —¿Quién es ese tal Sirena? 

   —Esa, maese Garaban: es una dama. No pasa nada por estos lares que no sea sabido por Sirena. 

    —¿Una mujer al frente? 

  Garaban bufó. 

 Charles sonrió. 《Si este viejo supiera...》 

    —¿Y a qué se dedica? 

    —A todo y a nada. 

    —Una respuesta muy vaga, señor Charles. 

   —Sirena es una mujer que hace de todo: es comerciante, informadora… consigue lo que necesites, todas las bandas acuden a ella, es realmente buena. 

    El señor Garaban sujetaba su bastón firme sobre el suelo del carruaje. No le convencía mucho eso de la tal Sirena. Las mujeres en puestos de hombres no suelen dar más qué problemas. 

    —Disculpe mi osadía—comenzó Charles— pero no parece muy afligido por la pérdida de su hermano. Deduzco… una mala relación, ¿tal vez? 

    Garaban levantó la ceja. La insinuación le pareció descarada, pero si este hombre le iba a ayudar a llegar hasta su dinero no le quedaba más remedio que darle algo de información. 

    —Mi hermano era un ignorante, y yo un ingenuo por dejarme embaucar en este viaje. Ese es el verdadero motivo de su muerte. La parte más cara de fabricar relojes—explicaba Garaban— es la materia prima. Recibimos una carta en la relojería para reunirnos con un mercader desconocido y prometedor que ofrecía unos precios de escándalo. 

    —Comprendo. Así que… venden relojes. Garaban asintió. —Siempre me han fascinado. ¿No llevará alguno encima que sea de su propia creación? Por casualidad. 

    El señor Garabán abrió su capa y del bolsillo izquierdo de su chaleco sacó un precioso reloj de berilo dorado. Los ojos de Charles se abrieron a la vez que el carruaje paraba en seco. 

    —Ya hemos llegado. 

    Ambos bajaron y pasaron a una taberna cuya entrada se encontraba escondida en un callejón cercano. Sirena esperaba en la barra de pie, dando sorbos a una copa. El tono sosegado de Charles cambió al entrar al local. Sirena hizo un gesto y un hombre fornido se colocó frente a la puerta de entrada, Garaban comenzaba a inquietarse. Sirena se acercó contoneándose, terminó su bebida de un trago y le dio la copa vacía a Charles. 

    —¿Qué ha pasado?—preguntó Sirena sin quitar la vista del señor Garaban.

  —Nos hemos equivocado de hombre. El que nos interesaba era su hermano, aquí presente. 

     —¿Qué sucede aquí Charles? 

    Garaban pasaba la mirada de uno a otro sin entender nada. 

 —Me da igual el hombre—Sirena sacó una daga escondida en su pierna y la levantó en dirección a Charles—¿Dónde está mi maldito reloj? Garaban buscó una salida instintivamente. 

    —Por favor, señor Garaban ábrase la capa y dele el reloj a la señorita. 

    Sin esperar reacción alguna, Sirena acercó su cuchillo a la garganta de Garaban. 

    —Mi señora el reloj es una herencia familiar, por favor… 

     Garaban intentó suplicar por su vida, pero vio en sus ojos que era una inútil tarea. 

 —Os encontrarán —dijo derramando lágrimas— Alguien os buscará cuando haya desaparecido o hallen el cuerpo de mi hermano. 
La sangre negra brotaba por su garganta levemente hasta que Sirena terminó por hundir la daga. 
   —Ya no hay cuerpo— miró a Charles que confirmó asintiendo a sus sospechas— Es la ventaja de nuestro clima podemos decir que el hielo se lo tragó. 



 Balta M.R
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Sobre mí

Balta M.R

¡Hola, bienvenid@ a mi blog! Mi nombre es Balta. He decidido crear este rinconcito para publicar mis relatos. Si me preguntas sobre que escribo contestaré que sobre lo que me apetece. No me define un género, escribo para disfrutar, expresarme y vaciarme por dentro. Esta es mi mejor terapia y es por ello que podrás encontrar historias muy variadas por estos lares. Muchas gracias por dedicar algo de tú tiempo en estos momentos en los que la vida va tan acelerada y es tan complicado prestarle atención a pequeñas cosas, como es este blog. Espero que disfrutes leyendo tanto como yo creando.

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