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SIETE AÑOS

by - marzo 24, 2022

 SIETE AÑOS


Hoy hace siete años de la catástrofe. Siete duros años. 
Al principio fue un completo infierno: los días eran eternos y yo no comprendía nada. 
No encontraba a nadie, ni vivo ni muerto, nadie. Por más que buscara y por más que viajara. Me dejé la voz gritando nombres y lágrimas, ahogando mi desesperación. 

Estaba completamente solo en el mundo y cuando digo solo y en el mundo, digo solo y en el mundo. 
Cogí diferentes coches, recorrí todo el país, incluso me aventuré a salir al resto de Europa. Los escenarios eran muy parecidos en todas las casas. En cada habitación, un suceso cotidiano que no había terminado de ejecutarse. 
Era… como si todo el mundo hubiera desaparecido a la vez de la faz de la tierra. Juntos, al unísono. «¡Flash!» Y se fueron. 
Mesas preparadas para sentarse a comer, coches en mitad de la carretera, tiendas abiertas, camiones a medio descargar, bañeras llenas de agua, el hilo musical funcionando en los centros comerciales. 

Al principio me lamentaba. ¿Qué habría pasado? ¿Por qué todos menos yo? ¿Qué iba a hacer a partir de ahora? Llegué hasta a pensar en el suicidio. Pero, con el paso del tiempo, después de asimilarlo, descubrí que no estaba tan mal estar solo: podía leer cuanto quisiera, no tenía que trabajar, ya no le tenía que pasar la pensión a la malnacida de mi ex. Las deudas no me ahogaban y mi jefe ya no existía.

Podía ir en pelotas al supermercado y pasar los días de verano acampado en el río, sin miedo alguno a que nadie me robara. Todos los recursos de la Tierra estaban aquí para mí.
Es curioso lo solo que me he sentido siempre rodeado de gente y lo bien que estoy ahora que abrazo a la soledad como a mi mejor amiga. 
Este último año he llegado a la conclusión de que no sería capaz de volver a la antigua normalidad, a vivir en aquella sociedad artificial que engendramos y que le quitaba al ser humano toda su parte animal.
Volví a ver todas aquellas películas y juegos en los que los protagonistas, tras vivir situaciones similares, enloquecían, hablaban con pelotas y maniquíes o ponían hincapié en la necesidad de crear una rutina. Gilipolleces todo, esto es lo mejor que me ha pasado en la puta vida. 

 A veces vengo aquí, al estadio de mi equipo. Me gusta tumbarme en el centro del campo a observar las estrellas. Me pregunto si he muerto y este es mi cielo.
Un sonido interrumpe mi tranquilidad, oigo una voz masculina.
Me resulta familiar, es cálida, acogedora y dice mi nombre. Miro hacia los lados y le grito a las estrellas preguntándoles a ellas. ¿Será Dios el que me habla?
La voz se mezcla con otras más, ya no entiendo lo que dice. El estadio está desapareciendo y otras imágenes inconexas se cruzan en mi cabeza. Me agarro del pelo tirando fuerte, me quiero sujetar, anclarme a donde estoy.
Todo se ha quedado oscuro, envuelto en un silencio que jamás olvidaré.
Escucho entonces alto y claro unas palabras, las que resultarán ser las últimas de mi vida, por lo visto:
—En presencia de la familia y tras firmar el consentimiento procedemos a desenchufar al paciente. Descanse en paz.




Balta M.R


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1 comments

  1. Mi querido y estimado Balta: Créame que me seduce enormemente la idea de quedarme solo en el mundo, siempre me pregunté como lo afrontaría, por cierto, magnífica reflexión la de sentirse solo estando rodeado de gente.
    PD: Como siempre espero impaciente su próximo relato
    Afectuosamente suyo,
    Vizconde de Valmont

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